Vuelve a ser 11 de febrero y a esta hora de la mañana, si vuestro feed y vuestras redes sociales se parecen siquiera remotamente a los míos, con toda seguridad estaréis más que saturados. Sí: es 11 de febrero y es el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Y sí, Noether, Franklin, Bell, cómo molaban todas estas pavas…
A veces temo que tanta insistencia, tanto ellos y ellas, no consiga atenuar sino que subraye la pregunta subyacente: ¿por qué hace falta apoyarlas a ellas?, ¿no valen por sí mismas?, ¿no será que la diferencia existe, por naturaleza?
Y no deja de ser cierto. Muy probablemente existan tales diferencias. Los humanitos que poblamos esta tierra nos diferenciamos, por grupos, de muchas maneras: empezando por nuestros genitales, siguiendo por las hormonas y, por qué no, por cómo estas afectan a determinados instintos y preferencias. Pero antes de aplaudir tan rápido, antes de tirar la toalla y dejar la estadística social al arbitrio de la naturaleza, conviene recordar:
Que lo natural no es necesariamente lo preferible. Esto es lo que se conoce como problema del ser y el deber ser. Bueno y natural no son sinónimos como testimonia el mosquito de la malaria o mi calefacción este invierno.
Que las características generales de un grupo no tienen por qué ser compartidas por cada uno de sus individuos. Si tomamos, por ejemplo, algo tan aparentemente exento de polémica como la diferencia de altura entre hombres y mujeres, podemos afirmar que, en promedio, los hombres son más altos que las mujeres (pongamos, por redondear, 1.65 vs 1.75 m). Sin embargo, si tomamos una mujer y un hombre al azar, existe una probabilidad del 25% (1 entre 4) de que esa mujer sea, de hecho, más alta que el hombre. Esto es así porque las diferencias dentro de cada grupo son similares a la diferencia entre los grupos (más al final del post*).
Pero, sobre todo conviene recordar…
Que existen pruebas de la discriminación que afecta a las mujeres en ciencia. No es una percepción. No es una mera opinión. La misoginia es un sesgo que existe y que afecta a millones de mujeres en todos los ámbitos y, muy especialmente, en el mundo de la ciencia. Y este sesgo es lo que, sin ninguna duda, debemos luchar por corregir.
Mientras este sesgo exista, francamente, me importa más bien poco si, por natura o por cultura, existe una diferencia a nivel estadístico entre los intereses de hombres y mujeres, entre sus estrategias sexuales, entre sus colores preferidos (entiéndase, me importa poco a nivel ejecutivo, el conocimiento nunca sobra). Me importa poco si el final de esta lucha, quizás no sea un equilibrio 50-50. No creo que sea este el objetivo. El objetivo, más bien, es que los individuos en su día a día no sufran discriminación. Y, para eso, sabemos positivamente que aún queda trabajo por hacer.
*Lo podéis calcular vosotros mismos con ayuda de WolframAlpha. Si suponemos que las alturas siguen distribuciones gaussianas, sea f(x) la de los hombres y g(x) la de las mujeres, centradas respectivamente en 1.75 y 1.65 metros y con una desviación estándar de 10 cm, la probabilidad de que una mujer sea más alta que un hombre viene dada por: ∫F(x)·g(x)·dx, de -∞ a ∞, donde F(x) es la integral de f(x). Yo sé que esto, así, puesto al final como post-post, queda un poco espeso, pero he estado jugando esta mañana y quizás alguien más quiera probar 😉