Esa noche en que son los vecinos los que dan por saco a las 5 de la madrugada y tú solo quieres implorar silencio: esa noche, digo, sabes que te has hecho adulta.
Luego, por la mañana, cuando abres el ojo a eso de las 10 (porque eso es lo que hacen los adultos, abrir el ojo invariablemente a una hora razonable), descubres que es un verdadero placer tocar el piano un domingo por la mañana. Recuerdas que tienes en tus manos todo un maravilloso repertorio de rusos ruidosos: la violentísima, fortissima, 3ª sonata de Prokofiev, el estudio Patético de Scriabin, incluso fragmentos Shchedrín y reminiscencias de Medtner.
Y entonces, la adultez se te pasa