Tchaikovsky, para curarse el cinismo

Si todavía no fuese tan mayor, escucharía cada día a Tchaikovsky como forma de terapia. Lo llena a uno de… no sé qué entusiasmo, de un optimismo ingenuo, de cualquiera que sea el antónimo de “cinismo”. Hasta sus piezas más tristes son un poco ilusas, lo bastante románticas como para dar saltitos. Ojalá supiese bailar…

Si supiese bailar, viviría en ruta con un ballet ruso. Movería mis brazos sin el menor escepticismo. Aprendería a flotar en la línea de un violín. Y me entregaría sin reservas a la piel y a la saliva. A los abrazos amplísimos. Hace falta ser muy ingenuo o bailar muy bien para conservar todas esas cosas que son para siempre mientras palpitan. Como los abrazos. Como las mejillas.

Si yo todavía tuviese mejillas, si pudiese oír los violines, si pudiese escuchar cada día a Tchaikovsky sin levantar una ceja… si pudiese usar, sin pudor, la palabra “amor”. Ojalá no tuviese que entrecomillar la palabra “amor”.

Si pudiese usar todas las palabras, elegiría sin duda las palabras en ruso. Sabría por fin de dónde vienen todas sus melodías. Entendería por qué Tchaikovsky nunca se hizo mayor. Y podría ir por ahí dando saltitos.

 

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