No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo atesoro con especial cariño cierto tipo de recuerdos infantiles “a la deriva”. Son sensaciones, más que recuerdos: instantes o imágenes fugaces que reaparecen a veces, sin etiqueta ni ancla, sin metadato alguno que permita “recuperarlos”. Los guardo con cuidado, digo, porque parecen postales “preverbales”, un pasado en bruto, fidedigno, en lugar de otro recuerdo de un recuerdo reinventado por la propia narración.
La verja blanca de una playa a la que iba de pequeña (aunque no sé qué playa, ni cuándo, ni por qué la verja).
El pelo liso castaño y corto de una niña a la que vi en mi primer día de colegio (¿sería el primero o eso es ya narración?).
Pequeñas burbujas de tiempo sin foto ni contexto.
Sólo muy rara vez es posible recuperarlas del todo. Nunca a propósito, claro. Se parece más bien a navegar por el océano y volver al punto donde sigue la botella que uno tiró hace años. Una casualidad imposible, pero que a veces pasa: regresas sin saberlo al lugar que originó aquel recuerdo tan duradero y tan querido.
Me sucedió algo parecido con CosmoCaixa hace 4 años, aunque el recuerdo recuperado no era tan remoto (más que infantil, preadolescente). En 2009 fui a Alcobendas con motivo del evento Blogs y Ciencia que se celebraba allí. Nada más entrar, lo reconocí: ese era el lugar que tanto me había fascinado hacía años (debí de visitarlo al poco de su inauguración, deduzco). Un museo sorprendente que, para variar, estaba a la altura de mi “recuerdo a la deriva”.
Hoy, CosmoCaixa cierra sus puertas. Y este es el primer motivo por el que yo lo lamento tanto: por la cantidad de niños (90.000 escolares cada año) que ya no podrán atesorar esa experiencia curiosa, sorprendente, imborrable. CosmoCaixa era un lugar para descubrir, un entorno educativo excepcional especialmente (aunque no sólo) para los más pequeños.
El segundo motivo, menos lejano en el tiempo, tiene que ver con lo bien que me trataron hace año y medio, cuando expuse allí mis fotos del Ártico. Me hizo una tremenda ilusión poder contribuir a ese espacio al que tenía tanto cariño.
Hoy, CosmoCaixa, el museo de la ciencia de Madrid, ha dicho su adiós definitivo. Pero para mí seguirá siendo un recuerdo imborrable.