Esta semana, las mentes pensantes tras el blog “Cuaderno Cultura de Cultura Científica” (si no lo leen, a qué esperan) han decidido presentarlo a un concurso de la Universidad de Alcalá, en la modalidad de “mejor blog de difusión de la cultura en español”. A muchos quizás les sorprenda encontrar un blog sobre ciencia en un concurso de cultura y, precisamente por eso, su participación es muy necesaria y por mi parte os pido, desde ya, que le deis vuestro voto. A partir de este punto, los que ya hayan pulsado el link y hecho su aportación a la causa, pueden retirarse. Los que aún no estén convencidos de que la ciencia es, ante todo, cultura, por favor, quédense conmigo. Y es que, la pregunta que intentaré desarrollar tiene su importancia: ¿qué es cultura?
Bien, “cultura” es, para empezar, una de las palabras más polisémicas, ambiguas y manipulables que adornan nuestro lenguaje. Una de las que más frecuentemente figuran en esa realidad (tan “cultural” a su vez, tan de nuestro tiempo) que cobra forma a través de los medios de comunicación y sus ecos cotidianos. “Cultura” es también ese explosivo célebre por sintagmas como: “también es cultura” (“el toreo también es cultura” o “la ablación también es cultura”), “identidad cultural”, “cultura nacional”, etcétera.
A pesar de su versatilidad, no obstante, la primera idea que nos suele venir a la cabeza cuando alguien pronuncia “cul-tu-ra” es un museo o, en el peor de los casos, la gala de los Goya, o algún cantante pop reivindicando su propia importancia. Dije que el motivo era extraño, pero miento, no lo es tanto: en esa misma realidad que conforman los medios, la palabra “cultura” ha aparecido tantas veces asociada a las reivindicaciones de los gremios de “las artes” (otra palabra difícil), que prácticamente se han vuelto sinónimos. La mudanza de significado no tendría importancia si no fuese por las connotaciones que, a su vez, lleva de la mano la etiqueta “cultura”: “la importancia de la cultura”, “la defensa de la cultura”… En general, asumimos que la cultura es algo positivo, digno de defender y (valga la redundancia) “cultivar”, un valor asociado a la inteligencia y la ética, con el que, incluso, se hace más fácil ligar más en los bares. Como muestra, un experimento: piensen en “un intelectual”, como sustantivo. ¿A qué se dedica, a la literatura o la zoología?, ¿es un tipo/a elegante?, ¿resulta atractivo/a? O, si “intelectual” se les queda algo snob, prueben con “persona culta”: ¿habla de Historia del Arte o de Microbiología?
He aquí el meollo de la cuestión, la verdadera razón para reivindicar la “cultura” en todo su significado y la ciencia como parte de la misma. Más allá de jaleos semánticos, la ciencia ha de ser tenida en cuenta como cultura para que sea igualmente valorada, estimada y “cultivada” en nuestra sociedad. Y para que los físicos puedan (podamos) ligar en los bares hablando de sus movidas, por qué no 😉 (al menos tanto como otros con el cine de Kurosawa).
Así que, pasando del continente al contenido, ¿qué es cultura? Personalmente, me gusta mucho cómo la define Jesús Mosterín en esta recomendable conferencia. Para quienes no tengan el tiempo que merece dedicarle, destacaré que “cultura”, en el sentido científico (antropológico) de la palabra es todo aquello que modela nuestro comportamiento y que no es “genética”. Cultura es lo aprendido, lo adquirido (por tanto, compartido) y, bebiendo de su etimología (agricultura), lo “hecho crecer”. Es toda esa información que en en los humanos se transmite, no por los genes, sino por aprendizaje social. No es de extrañar, por tanto, la inmensa polisemia de la incendiaria palabreja, sobre todo cuando se opone a sus también inmensas connotaciones.
Hay pocas cosas, comportamientos, costumbres humanas que no sean “culturales”. El arte, por supuesto, es cultura. Pero también lo es desyunar churros un domingo, pensar que las mujeres deben vivir bajo un burka, o los chistes cómplices que cada cual comparte con su pareja (una cultura de dos, al fin y al cabo). Todo es cultura… pero hay cosas que son más cultura que otras. Personalmente, de la definición, me quedaría con dos ideas: el hecho de que la cultura es información “compartida” (aprendida de otros) y que modifica nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar. Gracias a su carácter compartido, la cultura nos ha permitido adaptarnos a situaciones para las que la genética es demasiado lenta (el progreso es consecuencia de la cultura). Y bajo ese prisma, pocas construcciones culturales me parecen tan reseñables y paradigmáticas como la ciencia. Y es que, por un lado, la ciencia es esencialmente el conocimiento compartido, construido, corregido y hecho crecer, por el colectivo de la humanidad. Y, por otro lado, la ciencia ha modificado y condicionado como ningún otro factor cultural, nuestra forma de vida, nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar desde comienzos de la modernindad. Podemos creer que una canción o un clásico de la literatura nos modifican y nos acercan a otros miembros de la sociedad que comparten nuestra “cultura”. Pero su efecto no es comparable, al poder que tienen ideas como la evolución o el origen del universo: el hacernos conscientes de que somos simios erguidos por la evolución, tripulantes casuales en una roca que gira sin cesar en el enorme Universo. Podemos creer que tal o cual película cambió el siglo XX. Pero si un alienígena encontrara a dos individuos, en 200o y en 1900, descubriría que el primero no sabe vivir sin su smartphone, internet y un entorno absolutamente tecnificado, mientras el segundo está ilusionado con los primeros juguetitos de la electricidad.
La ciencia no sólo es cultura. Suscribiendo las palabras de Pedro Etxenike, la ciencia es “la obra cultural colectiva más importante de la humanidad”.