Lo confieso, tengo un superpoder

Tengo un don especial, casi diría un superpoder, con la tecnología. Allá por donde paso, las máquinas colapsan, las bombillas se funden, el wifi no llega.

Para que os hagáis una idea, en el último año me he cargado dos discos duros (el de mi ordenador recién comprado y el que compré para sustituir este), todos los auriculares que han pasado por mi bolso, la batería agonizante de mi móvil que ahora se reinicia siempre en el peor momento y, además, por motivos que escapan a mi comprensión, siempre que hay una sala llena de gente sin problemas para conectarse a internet es mi portátil la excepción.

La semana pasada pasé 20 minutos de angustia extrema, reiniciando compulsivamente el Mac con el que trabajo porque la pantalla se negaba a funcionar. Un abismo negro e incomprensible sobre el teclado de un cacharro con un mes de antigüedad. Bastó con mencionar el nombre de un compañero de trabajo (desarrollador, claro) y que él asomase ligeramente la cabeza, para que la pantalla decidiese iluminarse. Instantáneamente oiga. Mi compañero Javi, se entiende, tiene un superpoder opuesto al mío. Algo así como The Hulk vs. Ant Man.

A veces me imagino a mí misma paseando entre un enjambre de cables que se van apartando a mi paso: arden los circuitos, fallan los transistores, frenan en pleno vuelo las ondas electromagnéticas… Sólo crecen los bugs. Y las flores.

Yo sé que este don, en pleno siglo XXI, puede no parecer muy impresionante. Pero os querré oír cuando llegue la inteligencia artificial a conquistar vuestras aldeas. Cuando los monstruos de Matrix intenten esclavizarnos en sus granjas de durmientes avatares. En ese momento, me arrancaré la camisa y todos veréis la heroína que hay en mí. Hasta entonces… a ver cómo cojones hago para conectarme a la wifi.