Desde que Harold Edgerton inventó sus velocísimos flashes y obturadores electrónicos, las cámaras de alta velocidad se han utilizado, normalmente, para retratar lo increíblemente rápido: balas, gotas de agua, pelotas de todo tipo… A (hasta) 1000 fotogramas por segundo, son capaces de captar y atrapar todo aquello que el ojo no logra ver. Quizás por ello nos atraigan tanto este tipo de grabaciones (al margen de su utilización en estudios científicos). Además, cuando estos 100o fotogramas se reproducen a la velocidad de vídeo habitual (entre 25 y 30 fotogramas), se consigue el efecto de cámara lenta que todos conocemos y tanto se ha utilizado en producciones audiovisuales de todo tipo.
Pero ¿qué pasa si usamos una cámara de alta velocidad para enfocar algo que se mueve a una velocidad «normal»? Pues que todo parece haberse congelado: el movimiento se vuelve tan lento que apenas es posible percibirlo. Así se consigue el efecto que vemos en el vídeo (grabado a 210 fotogramas por segundo). Todos los personajes de la estación se están moviendo, aunque, en cada segundo (correspondiente a 30 fotogramas, 1/7 de segundo en tiempo real) esos cambios resulten inapreciables. El único movimiento que sí resulta significativo es el de la propia cámara, que se encuentra a bordo de un tren de alta velocidad. Por eso parece que nosotros, los observadores, sí podemos recorrer la escena a una velocidad «normal», mientras todo lo demás se ha congelado. ¡Bienvenidos a Matrix!
(Vía: NoPuedoCreer)