Hay cosas que suceden, que lo peor que tienen es la narrativa. Sucesos que, probablemente, no cambian nada en nuestro día a día pero que joden, simplemente, por el hecho de que hayan sucedido, por la cadena de acontecimientos que llevó a semejante desenlace. Joden porque no podemos acallar al guionista optimista de nuestra cabeza intentando buscar soluciones mejores, alternativas a una historia fea, injusta, contraria a todo lo que “debería haber sido”.
No creo que la victoria de Trump encaje del todo en esta categoría, no creo que baste con olvidar el hilo. Ni su paso por al historia será inocuo, ni dejará indiferentes esas 24 horas vividas que tan rara vez se manchan con la tinta de los periódicos.
Pero sí creo que lo peor de esta historia es su narrativa. Que un personaje racista, misógino, ignorante y absolutamente narcisista; que El Malo, en definitiva, haya “ganado” al final de la partida, me revienta el cristalino. No soy capaz de tragarme este final. Aún peor, no soy capaz de ver que no es un final, que esto no es una historia, que en un mundo de millones de causas y efectos, millones de personas, millones de mariposas y sus insospechados huracanes, buscar “justicia”, coherencia narrativa, desenlaces bonitos… es un anhelo absurdo.
Si pudiese desligarme de esa realidad relatada… entonces solo quedarían el cambio climático, el amparo del acoso sexual, el desprecio a la ciencia, el racismo y la ignorancia exhibicionista por asimilar. Pero por lo menos, no necesitaría buscar qué mariposa causó este huracán.