Las danas que vendrán

Lo que ha sucedido esta semana en Valencia es una verdadera tragedia y es fácil que el lodazal climático dé paso a otro no menos nefasto, el político. Es fácil querer buscar culpables, o peor aún, arremeter contra las agencias científicas que tanta falta nos hacen y nos van a hacer en el futuro próximo. Esto último, además, es una gran irresponsabilidad. Porque de lo único que podemos estar seguros es de esto: no estamos preparados para lo que viene, para lo que ya está aquí, de hecho.

Cuando sucede una catástrofe de tal magnitud, lo que se evidencia es un fallo del sistema, no solo político, sino también social y cultural. Y es normal, porque nunca nos hemos enfrentado a esta situación: un mundo en el que el clima (ese clima estable que ha dado soporte a nuestra civilización durante los últimos 10000 años) está cambiando, donde los eventos extremos cada vez van a ser más probables, y más extremos.

Los estudios preliminares de atribución sobre esta dana hablan sobre un 12% más de lluvias y una probabilidad dos veces mayor de que se produjera debido al cambio climático. Desgraciadamente, esta dana se va a volver a producir. Y más allá de buscar culpables, lo más importante es que la próxima vez estemos preparados:

  • Como sociedad, necesitamos urgentemente una cultura científica que nos permita entender mejor la ciencia de la meteorología y su naturaleza caótica. La última vez que sonaron las alertas en nuestros móviles, los medios se dedicaron a ridiculizar a la AEMET y su exagerado alarmismo. El alcalde de Madrid salió a criticar a la agencia meteorológica y pedirle “afinación”. Esto, de nuevo es una gran irresponsabilidad, pero ante todo denota una falta de comprensión profunda sobre meteorología. Quizás aquella incomprensión, aquel descrédito colectivo fue el caldo de cultivo para que en esta ocasión las alertas no sonasen a tiempo.
  • Necesitamos mejores protocolos de respuesta ante avisos meteorológicos y criterios técnicos, no políticos, para ponerlos en marcha. No podemos depender de que el representante de turno entienda la información meteorológica. No es parte de su especialización, ni necesita serlo. Lo que sí necesita es tener la educación suficiente para confiar en la información provista por las agencias científicas, y poner en marcha planes predefinidos por grupos especializados.
  • Necesitamos mejorar la comunicación a todos los niveles. Hubo avisos (un montón de ellos de hecho), y no solo de la AEMET, sino también en las noticias, en los medios, en las redes sociales. Pero el hecho es que no se consiguió comunicar la gravedad de la situación. Quizás, el ejemplo paradigmático fue la famosa alerta del móvil. No solo llegó tarde. Cuando llegó seguía hablando de “medidas preventivas” en lugar de acciones, de “fuertes lluvias” en lugar de inundaciones.
  • Necesitamos formar a la población para que pueda interpretar correctamente estos mensajes y sepa cómo responder ante ellos. Cada vez que subes a un avión te cuentan cómo debes actuar si algo no va bien, cuáles son las medidas de seguridad a tener presentes. Pues bien, las danas, las olas de calor, los eventos extremos de todo tipo van a ser, no, mentira, ya son más probables que un accidente de avión. Necesitamos saber cuál es nuestra salida de emergencia más cercana.
  • Necesitamos repensar nuestro urbanismo, nuestras ciudades, nuestro modo de vida. Los ríos no volverán a ser cauces predecibles, el mar va a subir de nivel, los veranos dejarán de ser una estación deseable. Nada volverá a ser como antes y cuánto antes nos adaptemos, más vidas podremos salvar.

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